
No abro mi casa a nadie, apago las luces si alguien se acerca, evito a los vecinos, vivo solo durante la hora mas obscura. Ni siquiera tengo nombre
No abro mi casa a nadie, apago las luces si alguien se acerca, evito a los vecinos, vivo solo durante la hora mas obscura. Ni siquiera tengo nombre
Sábanas crispadas, jugo de naranja. La frente arde. Mojan la toalla, recubren el cuerpo como cuando el tifus azotó a la familia. No hay mejor tiempo; los mimos se derraman sin reticencias. Viene el mejor caldo, las frutas recién exprimidas. El jarabe sabe a grosella, la flema a asco.
El tiempo transcurre a paso de sueño, a veces lloro porque miro alrededor y todo está hecho de cristal y bastará una mano para quebrar el mundo. Entonces se redobla la vigilia; hasta la abuela consiente en preparar arroz con leche —que ahora sabe como un pálido reflejo del original—. Que nada le falte a la nieta presa de fiebres, flemas y catarros.
No puedo levantar ni la mano, la letargia consume, la cabeza presa en un casco inmóvil. A veces no me acuerdo ni cómo me llamo.